El Siglo de Oro de las Artes será la época del Barroco, espacio y tiempo donde el arte sacro experimentará una transformación en virtud de la potenciación del culto público a las imágenes, preconizado anteriormente por el Concilio de Trento, en respuesta a los postulados reformistas protestantes. Así en el siglo XVII emergerá este movimiento artístico coetáneo a la expansión de la contrarreforma que nos dejará su huella más indeleble: la Semana Santa.
Un tiempo, por otra parte, de contradicciones, de luces y sombras donde el orto y ocaso de la ciudad se refleja en el espejo de su historia. El siglo que vio alejarse en sus postrimerías el oro y la plata americana lograba su apogeo en las Artes mientras su sociedad se sumía en una grave crisis económica y demográfica por los estragos de la peste. Esplendor y decadencia, dos lados bifrontes de la misma moneda.
Literatura y pensamiento, música, arquitectura, escultura y pintura, fueron disciplinas artísticas del arte sacro que alcanzaron su culmen en una época donde se mira cara a cara a la muerte: In ictu oculi finis gloriae mundi -en un abrir y cerrar de ojos se acaban las glorias del mundo-, nos adoctrina la exégesis barroca del Hospital de la Caridad promovido por Miguel de Mañara. Velázquez, Zurbarán, Alonso Cano, Bartolomé Esteban Murillo, Valdés Leal, Martínez Montañés, Juan de Mesa, Pedro Roldán, entre muchos otros artistas del arte sacro, nos legaron sus obras que aún nos une con esa etapa barroca que nos imprimió nuestro acentuado carácter. La grandeza pasó pero el Barroco quedó con el poder de las imágenes.
ORIGEN Y MIRADA DEL ARTE SACRO
La Iglesia desarrolló una labor de mecenazgo con estos artistas que crearon sus obras destinadas a una catequesis visual a través de la escenificación de los pasajes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que despertara la compasión y acercamiento de los devotos. La humanización de la divinidad a través de un naturalismo y realismo artístico sin atributos simbólicos. La relación con lo sagrado provocará visual y emocionalmente en el espectador una reacción al contemplar la imagen, dotada de “unción sagrada”, que experimenta propiamente esa conexión con la fe de los fieles. Ese diálogo interno aún posibilita la fidelidad devocional a las imágenes barrocas que sirven de modelo a la actual iconografía del siglo XXI. Gran Poder, Pasión, Amor y… Esperanza, advocaciones que hogaño siguen teniendo su razón de ser.
Escultores famosos de arte sacro en el XVII
La temática religiosa constituyó el fin primordial de la escultura barroca en Andalucía para el desarrollo de la función didáctica promocionada por los dirigentes civiles y eclesiásticos principalmente, tanto en los cultos internos en los interiores de los templos con majestuosos aparatos retablísticos como también en la sacralización del espacio urbano y los altares itinerantes que conformaron los pasos procesionales.
Sevilla en el siglo XVII era centro artístico capital por su condición de puerto y puerta de las Indias. En ella destacaron personalidades como el bautizado Dios de la madera Juan Martínez Montañés -en la transición manierista al primer Barroco naturalista nos dejó joyas escultóricas como el Cristo de la Clemencia de la Catedral sevillana y Jesús de la Pasión-, Francisco de Ocampo, Juan de Mesa -el aprendiz que superó a su maestro Montañés y autor de varios crucificados cumbres de la Semana Santa sevillana y del Señor del Gran Poder-, José de Arce, Felipe de Ribas, Alonso Martínez, el taller de Pedro Roldán -artífice del programa iconográfico de retablos extraordinarios como los del Sagrario y la Caridad y notables imágenes y conjuntos procesionales como la Carretería, la Quinta Angustia y la Mortaja-, su hija Luisa Roldán “la Roldana”, Bernardo Simón de Pineda o Francisco A. Ruiz Gijón -de su traza salió el Cachorro de Triana muestra del pleno barroquismo o las andas procesionales del Gran Poder-.
Granada fue otro foco artístico importante del arte sacro con Pablo de Rojas, los Hermanos García, Alonso de Mena, Alonso Cano -de formación completa: pintor, escultor y arquitecto-, Pedro de Mena, José de Mora -efigió el Cristo de la Misericordia granadino de gran realismo dramático-.
Ellos, con su gubia, fijaron el canon de los nazarenos, crucificados y composiciones efectistas y teatrales de misterios y dolorosas que hoy podemos contemplar cada primavera por las calles andaluzas y también generaron una nueva iconografía de los santos y beatos con la que transmitir un mensaje novedoso a la sociedad que impulsaron las devociones.
Ediciones Tartessos supo homenajear a estos extraordinarios artistas de la imaginería polícroma y el arte sacro en su Serie Grandes Maestros Andaluces con monografías acertadas de sus biografías y catálogo de obras documentadas y atribuidas o de segura atribución como las dedicadas a Juan Martínez Montanés, Juan de Mesa, Pedro Roldán o Francisco Antonio Ruiz Gijón, que perpetuarán el estudio del legado de estos sobresalientes artífices del Barroco andaluz.